“¿y a qué vamos a jugar ahora?” era la pregunta que siempre nos hacíamos las niñas del barrio cuando nos reuníamos en mi casa. si decidíamos jugar a las muñecas, todas corrían por sus muñecas; si a la casita, simplemente sacaba mis juegos de té y procedíamos a imitar a las señoras contándose chismes mientras nos llevábamos a los labios las tacitas con agua simulando té; si al bingo, nos íbamos a la mesa del comedor y empezábamos a repartirnos los cartones, los granos de maíz para apuntar los números que irían saliendo, etc. pero si el diablillo de mi hermano se encontraba cerca, nos convencía de ir a la huerta a jugar al lobo. debido a que era mi casa y ellas mis invitadas, la que decidía el juego era yo. de tal manera que mi hermano rabiaba a más no poder si yo declinaba jugar al lobo porque los juegos de niñas lo aburrían a morir y haciéndonos ascos se alejaba de nosotras. se quejaba de mi gran egoísmo, que yo no lo dejaba participar, que su papá le había dicho que fuese amable con las niñas, pero que yo lo excluía de los juegos, que después me quejaba de que no atendía a mis amigas, en fin, hablaba tanto que de tiempo en tiempo consentía por un rato a jugar al lobo, a sabiendas que la iba a pasar aburrida en mi escondite sin que el lobo me pasara a buscar y por lo tanto, no tenía el estímulo de correr ni nada por el estilo porque todos jugaban, menos yo
un día, de los tantos que jugamos al lobo, no pude convencer a las amigas que dejáramos ya de jugar ese juego tonto y escogiéramos otra cosa porque el aburrimiento me mataba y me fui para la sala a quejarme con mi mamá que mi hermano jugaba nomás con mis amigas y me dejaba sin jugar. mi mamá me tomó de la mano, me llevó a la huerta y deteniendo al bullicioso grupo de niñas que corrían llamando al lobo por todo lado, reconvino a mi hermano y le dijo que si no hacía jugar a su hermana, el juego se interrumpía y que las niñas se iban a su casa porque cómo era posible que la dueña de la casa no jugara, qué lisura, que se iban todas si no incluían en el juego a la necia. santo remedio, mi hermano prometió que esta vez me iba a poner a jugar a mí también. yo estaba feliz, ¡al fin iba a jugar al lobo! ¡al fin el lobo me iba a prestar atención!
en cuanto mi mamá se retiró, mi hermano, con cara de pocos amigos, me mandó a esconder y me dijo que a la cuenta de diez él iría a por mí, vas a saber lo que es jugar con el lobo, so pedazo de acuseta-cara-de-peseta, llorona, ya nunca más voy a jugar contigo si andas acusando de todo. pues bien, contó el lobo hasta diez, tan rápido que no alcancé a esconderme y en menos que canta un gallo ya estaba éste detrás mío e instintivamente algo dentro de mí me hizo comprender que no debía dejarme alcanzar por el lobo y me puse a correr como alma que lleva el diablo y cada vez que volteaba a mirarlo, notaba que el lobo se veía enojado y corría más rápido, y cosa extraña, algunas niñas se quedaron paradas, mirando expectantes lo que pasaba, mientras que otras nos seguían gritando, corre, necia, corre. vaya que tuve razón al no querer que me diera alcance porque al agarrarme me pegó tal mordisco en el brazo que me hizo llorar. me dejó después que me hizo prometer que no iba a volver a quejarme del lobo y que le dejaría seguir jugando con mis amigas. sollozante, me quedé todo el resto de la tarde sentada y sin entender por qué les gustaba a mis amigas jugar al lobo si el bendito aquel mordía tan fuerte
eso fue hasta que un día le conté sobre este estúpido juego al niño que me gustaba y éste me dijo que él me iba a enseñar a jugar al lobo y que mi hermano tenía toda la razón, eso no se jugaba con la hermana. después que me mostró, err, demostró qué es lo que hacía el lobo con mis amigas cada vez que las alcanzaba, la que siempre quería jugar al lobo era yo, claro, siempre y cuando que a la par con el lobo entrara a la huerta el lobito que era toditito para mí, porque eso sí, él no tenía permiso de perseguir a otras niñas. aquella que osara tan siquiera sugerir que mi lobito la persiguiera, se iba para su casa. para ellas estaba el lobo mordelón. y si mi hermano no quería que yo fuera egoísta al no permitirle jugar al lobo con mis amigas, ¡qué egoísmo era ése de no querer dejar pasar al lobito para que jugara conmigo? así es que caballero, yo no acusaba pero él tenía que dejar pasar a la huerta al lobito y así, todos felices
un día, de los tantos que jugamos al lobo, no pude convencer a las amigas que dejáramos ya de jugar ese juego tonto y escogiéramos otra cosa porque el aburrimiento me mataba y me fui para la sala a quejarme con mi mamá que mi hermano jugaba nomás con mis amigas y me dejaba sin jugar. mi mamá me tomó de la mano, me llevó a la huerta y deteniendo al bullicioso grupo de niñas que corrían llamando al lobo por todo lado, reconvino a mi hermano y le dijo que si no hacía jugar a su hermana, el juego se interrumpía y que las niñas se iban a su casa porque cómo era posible que la dueña de la casa no jugara, qué lisura, que se iban todas si no incluían en el juego a la necia. santo remedio, mi hermano prometió que esta vez me iba a poner a jugar a mí también. yo estaba feliz, ¡al fin iba a jugar al lobo! ¡al fin el lobo me iba a prestar atención!
en cuanto mi mamá se retiró, mi hermano, con cara de pocos amigos, me mandó a esconder y me dijo que a la cuenta de diez él iría a por mí, vas a saber lo que es jugar con el lobo, so pedazo de acuseta-cara-de-peseta, llorona, ya nunca más voy a jugar contigo si andas acusando de todo. pues bien, contó el lobo hasta diez, tan rápido que no alcancé a esconderme y en menos que canta un gallo ya estaba éste detrás mío e instintivamente algo dentro de mí me hizo comprender que no debía dejarme alcanzar por el lobo y me puse a correr como alma que lleva el diablo y cada vez que volteaba a mirarlo, notaba que el lobo se veía enojado y corría más rápido, y cosa extraña, algunas niñas se quedaron paradas, mirando expectantes lo que pasaba, mientras que otras nos seguían gritando, corre, necia, corre. vaya que tuve razón al no querer que me diera alcance porque al agarrarme me pegó tal mordisco en el brazo que me hizo llorar. me dejó después que me hizo prometer que no iba a volver a quejarme del lobo y que le dejaría seguir jugando con mis amigas. sollozante, me quedé todo el resto de la tarde sentada y sin entender por qué les gustaba a mis amigas jugar al lobo si el bendito aquel mordía tan fuerte
eso fue hasta que un día le conté sobre este estúpido juego al niño que me gustaba y éste me dijo que él me iba a enseñar a jugar al lobo y que mi hermano tenía toda la razón, eso no se jugaba con la hermana. después que me mostró, err, demostró qué es lo que hacía el lobo con mis amigas cada vez que las alcanzaba, la que siempre quería jugar al lobo era yo, claro, siempre y cuando que a la par con el lobo entrara a la huerta el lobito que era toditito para mí, porque eso sí, él no tenía permiso de perseguir a otras niñas. aquella que osara tan siquiera sugerir que mi lobito la persiguiera, se iba para su casa. para ellas estaba el lobo mordelón. y si mi hermano no quería que yo fuera egoísta al no permitirle jugar al lobo con mis amigas, ¡qué egoísmo era ése de no querer dejar pasar al lobito para que jugara conmigo? así es que caballero, yo no acusaba pero él tenía que dejar pasar a la huerta al lobito y así, todos felices
gráficos: Marco Palacios
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