mi papá tenía la costumbre (muy mala decían sus amigos, muy buena decíamos nosotros) de darnos propina los días sábados. pasábamos en fila india por su escritorio, yo al último porque era la enana de la casa. no me daban lo mismo que a los mayores, pero igual recibía mi propina. Lo usual era que recibiera mi chequecito y lo guardara en un cajón de mi cómoda. casi no lo tocaba porque no tenía grandes gastos en realidad y en ocasiones mis chequecitos formaban un buen montoncito
si bien eso era una rutina en mí, en uno de mis hermanos era que entre miércoles y jueves, se acercaba a mi dormitorio en grandes secretos, pidiendo ser escuchado por algo ‘muy serio’ que le había pasado, y la seriedad o gravedad de todos los cuentos con que me envolvía, terminaban invariablemente en un pedido de préstamo hasta el día sábado, en que al recibir su propina se desaparecía mientras yo esperaba mi turno para recibir mi parte. por lo general lo volvía a ver al día siguiente a la hora del desayuno, en que entre dientes le cobraba la deuda y por debajo de la mesa le extendía la mano, “ahora, dame mi plata o te acuso con papá” y de la misma forma, él me contestaba, “ya necia, no jodas, ya te pago, deja comer siquiera”
las mecidas que inventaba para no pagarme iban desde que lo robaron la noche anterior -y por lo tanto ya no tenía nada de nuevo ni para invitar a su chica una gaseosa- hasta que lo andaban persiguiendo los enamorados de otras chicas sin razón ni motivo alguno, claro, él tan inocente, pero así estaba la cosa y para que no lo medio mataran a golpes, caballero, a pagar nomás a los forajidos ésos.
el caso es que si me pagaba, -bajo la amenaza de acusarlo con mi papá- me volvía a pedir prestado el dinero a las pocas horas o me daba mecida tras mecida para evitar que su dinero se redujera a la nada porque entre tanto préstamo ya me debía el equivalente a varios meses de lo que recibía los sábados y cada vez que le perdonaba la deuda, me decía, “dios te lo pague” porque claro, él no pensaba hacerlo y de plano, nunca lo hizo
gráficos: Marco Palacios
artículo publicado antes en el Blog El Cuy de Juan Acevedo
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